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July 8, 2024

— Editorial -- eltabiuno.space de Tabio, Cundinamarca, Colombia.

Por Sebastian Chaves

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La buena dieta

Ando buscando algo, algo casi inexistente dadas las posibilidades de encontrar el elemento único que me proporcione el bienestar. Trotar daña las rodillas, de correr solo queda el afán, el líquido lo retiene el sodio, las grasas taponan las arterias y los triglicéridos buscan un método efectivo para matarme suavemente; se confunde el páncreas al no sabe qué hacer, las trampas de las grasas parecen estar saturadas, y lo mejor es que la manera de desechar los residuos es estándar porque no salen por un tubo a una bolsa.

Es difícil estandarizar los cuerpos, he visto gente bajita, negrita y gordita, de bigote, hembra, macho o Transformers. También los he visto altos y con la espalda torcida (en el espejo), flacos en su minoría, con la masa muscular directamente proporcional a la actividad que desempeñan. La insulina se activa con el arroz mezclado con los frijoles, la comida se digiere en un balance perfecto, el cuerpo se adapta al dueño, a sus rutinas, a sus experiencias, pero más importante todavía, a las emociones y sentimientos heredados.

No todo el mundo es feliz amarrado a un pasado de torturas. Es incompresible el instinto a no morir, el cuerpo y los jugos gástricos mantienen un espíritu anclado a ingerir alimentos, a fecundar o ser fecundado. Mi pregunta es: ¿cuál es la fuerza que nos mueve para cumplir con tanto ciclo?, y creo que la respuesta es: gracias a los sentidos, y cómo o con qué los suplimos, nos hallamos de manera grata sobre el globo terráqueo. ¿Que esperar de un mundo en donde no hay favorabilidad al gusto? Nos acostumbramos quizás por miedo a la muerte.

Liberar energía de manera armoniosa es lo que permite un sueño profundo y gratificante; es un arte, un sueño perturbado con un martillo percutor al lado no es lo mismo que un colchón con un buen plumón arrullado por los pajaritos.

En mis años mozos, cuando el cuerpo podía hacer casi sin limitaciones lo que el celebro comandaba, un día, tras comer una torta de más, me sentí un poco hastiado, con ganas de dormir, con los ojos pesados. Entre mis delirios glotones de glucosa harinosa encontré la respuesta para mis problemas. En un sueño indigestado, en lugar de aprovechar el cuerpo y el tiempo para estar despierto y bien balanceado, seguí los colores de mis parpados y escuché lo que mi cuerpo decía…

Lechuga, espinaca o repollo y zanahoria; vinagreta de mostaza miel, curry, limón y aceite. Cuando escuché más profundamente también oí decir sobrebarriga, lengua o ubre, o básicamente cualquier mamífero u ovíparo, asado o frito, o en su defecto sudado, pero sin papa o arroz, ni yuca ni espaguetis; sin arandelas, con un vaso de agua con hielo, y ojalá, música clásica. En la noche una manzana y para el desayuno un par de feijoas con unas fresas y una naranja tangelo con cuchara.

Por ese entonces yo me ocupaba como operario de pica y pala, acumulaba horas trabajando a cambio de casi nada; no me cuestionaba y recibía lo que me dieran. Tras esa indigestión, shock diabético o soponcio cotidiano, y de las visiones reveladoras que tuve después de aquel menú, decidí ir a comprar una libra de carne y una lechuga; preparé la vinagreta y me senté a almorzar para purgar la mala alimentación del pasado. Cuando terminé de comer pensé en seguir mi rutina de cumplir el compromiso que tenía de ir a echar azadón en tierra ajena, con tranquilidad y vigor. Cuando empuñe la herramienta tuve una pequeña revelación; respire, me sentí bien, sentí la fuerza de mi agarre, pensé en el futuro,

visualicé mi vida, la de mis padres y abuelos, llegué a la pregunta del porqué de las cosas y del sentido de la dirección de cada día, trabajé y rendí para completar el jornal.

Después de la jornada, camino a casa, compré una manzana. Al pasar por un jardín me robé un tomate de árbol y un viejo me regaló una manotada de feijoas y unas moras de las grandes; pensé en la comida y en el desayuno. Descansé la noche entera y al amanecer sabía que me esperaba un día largo, entonces, después de comer fruta me encontré nuevamente con la pica y pala en la mano. Hundí la herramienta en el suelo y recordé que yo tengo tierra propia y recordé parte de los pensamientos del día anterior. En ese momento solté el azadón y lo dejé clavado ahí, erguí la espalda y decidí renunciar.

El universo danzaba frente a mis ojos. Fui a donde un vecino que, con un tenedor, sacó de la olla de presión la jeta de una vaca pecosa, la cual devoré a mordiscos, con un brócoli con limón; ahí estaba la fuente de los buenos pensamientos y de las energías para desarrollarlos. Almorcé y me fui para mi tierra propia, tomé medidas, clavé estacas en el piso, hice un dibujo, la cuenta de los materiales y un presupuesto. Así de fácil, y sin darme cuenta, comencé a construir mi casa. No habían pasado 48 horas desde que comencé mi nueva dieta y mi vida había cambiado completamente. El cuerpo trabaja con alimentos a la par de la mente en armonía.

La buena dieta se crea en la mayoría de los casos cuando se proporciona el escenario adecuado, pero así de fácil se interrumpe. Un mordisco mal dado y termina uno perdido en la búsqueda del camino a la felicidad. Las rutinas de paz y sabiduría resuelven guerras antes de que empiecen, sin dejar que cojan ventaja. En lugar de digerir los malestares es mejor no consumirlos y optar por la calma y las buenas decisiones.

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